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Showing posts from 2006

La navidad que no fue.

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El 21 de diciembre de 1998 la enfermedad causada por la vejez y el desaliento que le daba ya vivir, fueron causantes de la muerte de uno de los grandes personajes que han transitado por mi vida. Ese día, en las postrimerías del año, invadidos por el ambiente navideño, mientras el olor a pólvora se apoderaba de la atmósfera y el incesante sonido de la guachafita (de las que se arman después de una novena) zumbaba en el oído; se iba para siempre de este plano, uno de los mejores amigos que haya podido tener. Fué uno de los momentos más difíciles que he tenido que enfrentar. Súbitamente una relación cultivada por once años se vió desterrada eternamente; para después ser vivida solamente por medio de recuerdos, de una revisión constante de fotografías, de una recomposición de sonidos de los momentos compartidos… en fin, lo que en últimas siempre deja una inesperada pero inevitable despedida. A mi me tocó la funesta (y miedosa por demás) situación de verlo agonizar, y tratar de q

Procuren cerrar la puerta.

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Por cosas de la evolución en las costumbres sociales, cada vez somos menos recatados, somos menos cerrados a experiencias nuevas; esto lo digo explícitamente para referirme al sexo: que swingers, que amigos gays a montones, que mejor dicho. Porque es así, es cierto, no hay quien discuta que una niña de 20 años (de clase media, que vive en una ciudad, que va a la Universidad, que sale a rumbiar) sea virgen o no, se da por hecho que no lo es; algo que hace un par de generaciones atrás era impensable, pero que hoy en día, hasta parece una falta de experiencia lamentable. Y bueno, no vamos a debatir acá si eso está bien o está mal. Lo que si es necesario acordar como miembros de una sociedad que se está moviendo de esta manera vertiginosa; son las prácticas que podemos tolerar sin chistar y las que, definitivamente por más libres y relajados que seamos, se tornan inmanejables. Resulta que muchas veces nos alegramos porque algún amigo se “cuadra” con una pelada (a lo bien y sin visaje

Nuevas lecciones de botánica.

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La ciencia y la tecnología avanzan a velocidades que no podemos imaginar. En muchos casos nos demoramos eternidades para conocer en profundidad una teoría, un aparato ó un programa, cuando inmediatamente la tendencia y la necesidad nos empujan a cambiarlo por lo más reciente, por lo más novedoso, por lo más útil, por lo más fácil de usar. Y esto se ve en muchas cosas que hemos aprendido a lo largo de nuestras vidas; lo que sabíamos en el colegio con respecto a ciertas cosas, pues hoy en día dichos conceptos juveniles pueden estar completamente revaluados; ó, porque no, digamos cuando uno por fin ha aprendido a meterle una figurita o un sonido especial a un contacto en el celular, para que cuando llamen salga un corazón o suene “La cucharita”, pues ya eso no está en uso, ya no sirve porque ya ha salido el teléfono que cuando ese contacto llama pues el bicho novedoso incluye video, aroma, frase favorita, canción preferida, y una seguidilla de informaciones que no nos dejan lugar a

Cuidado con los dientes.

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Una de mis grandes aficiones, para la cual me desempeñaba muy bien (creo que tenía un feelin´ con la vaina, un talento… ¡porque genes me sobran!) a lo largo de mi vida, desde que fui aprendiendo sus artes, sus mañas, sus sabores, sus resultados inmediatos, sus resultados no tan inmediatos, sus vergüenzas y sus misterios; era beber trago, pero no tipo catador, con sorbitos señoriteros, sino beber como un loco, pero trago del bravo, el famosísimo y miedoso Aguardiente Blanco del Valle. Porque aunque conozco al dedillo muchos otros tragos igual de miedosos, igual de efectivos e igual de enlagunadores… lo mío siempre fué el guaro, por eso de que “al marrano, con lo que lo criaron”. Eso no se improvisa. Entonces ya después de darles este abrebocas, pues me voy a aventar a echarles un cuento de esos de no creer, porque sencillamente es de no creer. Estaba yo en la finca de un tío, con muchos otros familiares. Era un puente de esos que abundan en nuestro país, de esos que gozamos;

A enredar cometas.

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Resulta increíble cómo los seres humanos terminamos pareciéndonos tanto unos a otros; en tanto: las actitudes, las sensaciones, los discursos. Son repeticiones interminables sin importar nuestra edad, nuestra vocación, nuestras creencias… Mejor dicho, sin importar nada. Terminamos diciendo en un momento lo que alguien nos dijo, o escuchando algo que nosostros ya dijimos. Bastante curioso. Lo que digo es que a todos nos llega el momento de ser una persona o la otra en medio de las relaciones de pareja (ya les digo cuáles). Y no se qué pensar de eso, no se si reírme o llorar; no se si correr desesperado a todo lo que huela a “relación” ó quedarme viendo qué rol me tocará la próxima vez. En las relaciones estas hay un generalizado concepto: siempre hay uno que quiere más la cosa que el otro; es decir, uno que empuja, briega, lucha por la vaina (con todo lo que tiene) y otro que se quiere dejar empujar o no (eso se sabe después, o no…). Y pues realmente eso no tiene nada de malo, l

Rojo de la ira.

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El colegio es una época inolvidable, por lo buena o por lo mala, dependiendo del sujeto que la recuerde. Para mí ha sido inevitablemente de las mejores, pues la pasaba muy bacano, relajado, con muchos amigos y muchas niñas qué cortejar. Eran los días maravillosos del Colegio Hispanoamericano en Cali. Recuerdo con mayor agrado los ultimos años: 9o, 10o y el 11o, donde uno es más notable; todo se le hace más fácil, se pierden ciertos miedos, y empieza uno a sentirse “grande”. Sobretodo porque en eso años las peladitas pequeñas lo ven a uno como ven ahora a un cantante famoso, algo por el estilo (yo tenía una pequeña fanaticada). Buenísimo.  Por el lado de los amigos, esos años también han sido los mejores. Siempre fui de los más cercanos a todos, por diferentes que fueran; de alguna manera yo cabía en todos los parches. En 10o armamos uno de los combos más indeseables para una profesora inexperta o para un director de grupo que enseñara química, pues éramos bastante revoltosillos

Escueto resumen de una vida.

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Tenía yo unos trece años y cuando uno tiene esa edad, por lo general, cuenta con un mejor amigo que completa el círculo de las fechorías ideadas, que aumenta los minutos de carcajadas en medio del almuerzo familiar, que ayuda a anexar unas cuantas “pelas” a las bien ganadas por la cuenta de cada uno. El mío de esa época (aunque cabe anotar que aún hoy sigue siendo) era Carlos Andrés Hurtado, y como secuaz que se respete respondía a un alias (aunque cabe anotar que aún hoy sigue respondiendo) “Candé”. Éramos bastante unidos, nos tenían respeto en cualquier pueblo al que íbamos a temperar con nuestras familias, y las masas de chicos nos seguían. Nuestra relación de amistad empezó antes de que naciéramos pero en vida la re-confirmamos porque tenemos unas primas en común; él, por lado de la mamá de ellas y yo, obviamente, por el del papá. Aunque muchas veces parecíamos nosotros los verdaderos primos. Bueno, todo esto lo anoto porque a lo bien, me pongo como sentimentaloide, po

Lo que se recuerda.

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Uno de los que considero pasatiempos favoritos del ser humano (y también debemos admitir simultáneamente que es uno de los más peligrosos) es darle vueltas a los recuerdos, sobretodo los que tienen que ver con el amor; aunque cabría decir también: lo que ha parecido "amor". Estando por ahí solitario en la casa, en el cuarto, en la cama; se crea el ambiente propicio para reverdecer momentos que se han ido colando en la memoria para siempre, queriendo o sin quererlo. Ensoñaciones (porque eso son, ya que se recuerdan algunas parcialidades subjetivas que la mente asume, mientras otras -tal vez, más acertadas- las desecha) nos acosan en ese escenario personal y nos permiten evocar situaciones pasadas que marcaron etapas en la vida de cada uno; dejando diferentes sensaciones en el instante en que sucedieron y que revuelven otras distintas en el momento de recordarlas. Una palabra, un gesto, un beso... Se recuerda vívidamente, sin lugar a equívocos, sin filtros, sin de

La Ciudad de los Golpes

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A propóstio de un premio a "Toda una vida" que vi que le entragaron a Carlos Mayolo, el maestro de la narración cinematográfica, el Herzog Tropical, pues voy a pecar de oportunista y aprovecho para contarles acerca de cierta investigación en la que me enfrasqué hace algún tiempo, cuando era más inquieto, menos responsable y mal acompañado. Es sobre Cali, si, sobre Santiago de Cali, pero mas que nada es la Cali de muchas épocas, que me vió crecer y me vió hacer muchas de mis ociosidades. Pero mas que eso, es sobre dos personas que vivieron y plasmaron esas facetas de la ciudad. Carlos Mayolo y Luis Ospina dejaron una huella ineludible para cualquier persona que conozca la historia audiovisual de la ciudad de Cali, porque hicieron cine allá, con historia de allá, pero esa huella ha sido una reacción inevitable a la estampa indeleble que la “Sultana del Valle” ha dejado en sus propias vidas. Como en la de todos los que por equis o ye hemos tenido la confluencia de tie