¡Palmireña cómo te quiero!

Remembranzas de una teñida de memoria.



Infancia palmireña, donde los ciclistas abundan, hay servicio público tirado por caballos -Las victorias, o coches, cómo les decíamos nosotros- y se conoce la gente porque todo el mundo es primo hermano de “don tal” casado con la prima de Pascual.



Allí viví el jardín infantil jugando en los recreos a que yo era Superman y tenía a mis consabidos Batman y Robin de compinches, me imagino que también fue por la televisión que conocíamos a estos superhéroes que interpretábamos todos los días a media mañana.

El jardín se llamaba “Caperucita Roja”, pero no me gustaba mucho admitirlo en aquella época. De Palmira me llevaron mis padres a vivir a Cali cuando sumaba los 5 años, me tocó colgar la capa y el Sharp blanco y negro pasó a ser una mesa para acomodar revistas y materas pequeñas, ante la llegada de un nuevo Zenith a color que entró a dominar la casa de Cali, Los Pitufos eran innegablemente azules.

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