Recuerdo vivo de un viaje al puerto

Recuerdo vivo de un viaje al puerto.

En una ida de carácter académico, en épocas de la Univalle, debí visitar el puerto bello de Buenaventura, lo hice en un vehículo de la empresa Transmar que cubre la ruta Cali-Buenaventura por la módica de $15.500, con recorrido hasta el domicilio de cada pasajero una vez se llega a la bahía.  Este medio de transporte se desplaza por la vía al mar diariamente, es una buena opción para quienes desean viajar con menos gente y ser despachados a su lugar de llegada. Es la única opción para aquellos que viajan un domingo a las 7 PM. 



El auto debe llevar el cupo completo, 5 personas en el móvil: el conductor y 4 pasajeros, para que al conductor le salga rentable, de lo contrario el motorista deberá cancelar la suma de lo que no “llenó” (mala cosa para todos: para él si no “llena”, para uno pues si no “llena” no arranca!). 
Por lo general sucede que la gente que no se conoce emprende el viaje en un papel de timidez absoluta, las intervenciones sólo están autorizadas para el chofer y a los pasajeros como norma se les permite un “si”, un “no” y un “aja”. Pero en viajes no habituales suele suceder que el último pasajero que haga su ingreso al automotor venga pasado de tragos, listo para contar anécdotas durante todo el recorrido, a las cuales solo se le permite inmiscuirse al conductor al principio. Ya después los demás pasajeros pueden formar parte de la ronda de opiniones: que la carretera es muy tranquila, que la música está buena (boleros de Celia Cruz) y demás trivialidades que propone el ebrio pasajero. 

Como mejor muestra esta: el ebrio compañero de viaje pide la hora, se le dice en diferentes voces que son las 7 PM, pregunta que porqué está tan oscuro, nadie entiende pues es lógico a los ojos de cualquier mente sana: noche = oscuridad. Resulta que el hombre en medio de la rasca se quedó dormido, al despertarse recordó que el lunes a primera hora debía ir al puerto precioso circundado por el mar a felicitar a su madre por el cumpleaños. Eso hizo, mas o menos... Cuenta que se levantó, salió para la terminal a las 7, a primera hora para él, llegó y abordó nuestro taxi creyendo que era la madrugada del lunes: buena anécdota la verdad, lástima haberla escuchado durante 15 ocasiones en el transcurso de las 2 horas y 25 minutos que dura el trayecto de la vía en un taxi Transmar.

Aunque al ebrio se le reconocen las buenas dotes de anfitrión, tuvo el detalle de pagar dos rondas de cerveza “Poker” en lata, y luego carear a su vecino de asiento (yo iba de copiloto, ellos atrás con una pelada con el ceño enrarecido) para que pagara las otras dos... menos mal llegamos al mar rápido para que no llegará el momento de pedirme “mi ronda”.



Claro que delicioso viajar bien atendido, rico. Lo malo es que uno va en servicio público, donde se tienen pocas probabilidades de parar el transporte cuando a uno se le antoje para desaguar, aguanté desde Loboguerrero, donde paramos para una requisa de rutina por parte del ejército (allí recordé lo de “viajar en un país en guerra”, que tanto debatíamos en clase); luego con la vejiga a punto de colapsar, logré llegar hasta el Edificio del Café, al cual llegué contento por las cervezas pero bastante apurado por el efecto diurético. 

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